Este cuento lo escribí en 1990, siempre lo guarde no se por que, pero lo encontre y ahora lo comparto.
Era una noche fría, ella vestida de recuerdos miraba tiernamente hacia el infinito, pensaba en el pasado, en su pasado, recordaba bellos momentos llenos de ilusión, esperanzas y pasión.
El viviendo en sus recuerdos, añorando su pasado, queriendo verla una vez más, acariciar su delicada piel, ver sus lindos ojos, tenerla entre sus brazos de nuevo, sin sospechar que ella sentía lo mismo aún.
Para ellos la distancia no era un obstáculo, pues en pensamientos se encontraban juntos y nada ni nadie podría separalos.
En aquel momento, el reloj se detuvo para ella, sintio una mano ardiente recorrer su cintura y en ese segundo su mente volaba hacia la imaginación, su corazón latía más a prisa, la adrenalina subía cada vez más. Cuando ella vio la sombra de aquella persona que no la dejaba respirar, queriendo ver más allá de todo, movio la cabeza lenta y suavemente hasta ver aquel rostro, ese rostro que no podía sacar de su mente, era el rostro de su amado, en ese momento cayeron dos gotitas de cristal sobre sus rostros y sin poder contenerse más, él la beso dulcemente, la luna y las estrellas fueron testigos mudos de ese inmenso amor que no acabará nunca porque ni la muerte podrá separalos y vivirán juntos por la eternidad.
Era una noche fría, ella vestida de recuerdos miraba tiernamente hacia el infinito, pensaba en el pasado, en su pasado, recordaba bellos momentos llenos de ilusión, esperanzas y pasión.
El viviendo en sus recuerdos, añorando su pasado, queriendo verla una vez más, acariciar su delicada piel, ver sus lindos ojos, tenerla entre sus brazos de nuevo, sin sospechar que ella sentía lo mismo aún.
Para ellos la distancia no era un obstáculo, pues en pensamientos se encontraban juntos y nada ni nadie podría separalos.
En aquel momento, el reloj se detuvo para ella, sintio una mano ardiente recorrer su cintura y en ese segundo su mente volaba hacia la imaginación, su corazón latía más a prisa, la adrenalina subía cada vez más. Cuando ella vio la sombra de aquella persona que no la dejaba respirar, queriendo ver más allá de todo, movio la cabeza lenta y suavemente hasta ver aquel rostro, ese rostro que no podía sacar de su mente, era el rostro de su amado, en ese momento cayeron dos gotitas de cristal sobre sus rostros y sin poder contenerse más, él la beso dulcemente, la luna y las estrellas fueron testigos mudos de ese inmenso amor que no acabará nunca porque ni la muerte podrá separalos y vivirán juntos por la eternidad.
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